jueves, 31 de marzo de 2011
EL AGUA
En la reciente Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático, celebrada en Cochabamba (Bolivia), se habló ampliamente de una comunidad muy agredida y maltrecha, y se mostraron hacia ella constantes referencias de solidaridad y mensajes de apoyo. Hablaban, claro, del planeta Tierra, la madre naturaleza o la Pachamama, sinónimos todos de la más grande comunidad de vida conocida.
Lo sabemos pero lo ignoramos. La Tierra es un ser vivo, ahora malherido. Sufre una fiebre constante que, si continúa progresando, puede generarle algunas patologías irreversibles. El aire que respira es cada vez más pobre en oxígeno y así, mal alimentada, envejece precozmente. Sus arterias –los ríos, el mar– están contaminadas e infestadas, lo que le resta energías. Las células que la conforman –especies vegetales y animales– corren el riesgo de desaparecer. Y el ritmo que le exige una de estas especies, la humana, es tan acelerado que –dicen los expertos– en menos de 20 años necesitaría una hermana gemela, un segundo planeta, para ser capaz de seguir ofreciendo y regalando todo lo que hoy le exigimos a golpe de perforadora, arrastrando redes sobre su lecho marino y envenenando su fina capa de piel –la tierra fértil– con químicos muy agresivos.
Conscientes de esta realidad, las más de 35.000 personas reunidas en Cochabamba supieron ponerse de acuerdo y sentar las bases de una estrategia común frente al cambio climático, a diferencia de lo ocurrido en Copenhague hace unos pocos meses. Y así ha quedado recogido en el llamado Acuerdo de los Pueblos
El proyecto de una Declaración de los derechos de la naturaleza ya tiene antecedentes. Para la nueva Constitución de Ecuador, la Pachamama es “donde se reproduce y realiza la vida” y “tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos
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